3 estrategias ineficaces para resolver conflictos
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Aunque a menudo sean incómodos, los conflictos son una parte esencial de nuestros vínculos. Ya sea cuando corremos para cumplir con un deadline con colegas de trabajo, organizamos las tareas del hogar, o jugamos al TEG con nuestras amistades…la vida está llena de situaciones en las que, nos guste o no, surgen los desacuerdos, las tensiones y los malentendidos.
Sí, los conflictos son una parte inevitable de la vida y enfrentarlos, en general, no es de las tareas más divertidas en nuestra lista de pendientes. En mi opinión, los conflictos suelen tener mala prensa porque, muchas veces, nuestras reacciones automáticas solo empeoran las cosas.
A medida que fui ganando perspectiva en el tema, me di cuenta que encontrarse frente a un conflicto puede no ser tan malo como parece a primera vista. Porque, aunque a veces necesitemos atravesar la incomodidad, las confrontaciones pueden ser grandes oportunidades para conocernos más. ¿La clave? Contar con las herramientas adecuadas.
En este artículo, te invito a explorar algunas reacciones habituales frente a los conflictos que -lejos de ayudarnos a resolverlos - los perpetúan o potencian. ¿El desafío? Aprender a identificarlos y desarticularlos para empezar a construir el camino hacia resoluciones realmente efectivas.
1. Criticar o acusar a la otra persona
Empecemos por un ejemplo concreto. Un día, me frustré con una compañera de trabajo porque en una reunión se atribuyó el mérito de una idea que habíamos desarrollado juntas. Pasé varios días en silencio, acumulando resentimiento y repasando una y otra vez lo injusta que había sido.
Finalmente, cuando no pude aguantar más, exploté y la acusé: “qué deshonesta y egoísta que sos”.
Esta es una actitud muy habitual frente a los conflictos: juzgar. Nos enfocamos tanto en etiquetar a la otra persona y sus acciones (lo que hace, lo que dice, lo que no hace, lo que descuida, lo que no respeta…), que perdemos de vista nuestra propia experiencia del conflicto
Muchas veces, pasear por este laberinto mental nos conduce al estallido. Le damos tantas vueltas al asunto que terminamos por construir una molotov mental que, al momento de encontrarnos con esa persona, explota en una catarata de acusaciones.
Tampoco resulta sorprendente que esa maraña de pensamientos finalmente se convierta en un discurso igual de confuso. Nos nublamos y no logramos encontrar las palabras precisas para explicar lo que sucede. Quien nos escucha (si es que puede hacerlo) no entiende lo que tratamos torpemente de transmitir y, peor aún, todas las partes involucradas terminamos elevando nuestro sistema de defensa hasta el cielorraso.
La herramienta: Abrir una conversación honesta antes de acumular resentimiento. En lugar de guardar el malestar en formato crítica para después explotar, la clave es conectar y expresar la propia experiencia interna sin juzgar. En el ejemplo al inicio de esta sección, la herramienta a utilizar sería algo así como decirle a mi amiga: "Me frustré cuando no mencionaste que la presentación la habíamos hecho juntas, porque para mí es importante que se reconozca el aporte de ambas."
2. Enfocarse en “ganar” el conflicto
Otra actitud muy habitual que adoptamos al enfrentar un conflicto es encarar la situación con el enfoque “ganar o perder”.
Cuando el laberinto mental nos marea es común que perdamos el objetivo de encontrar una solución constructiva en conjunto y pongamos el 100% de nuestro foco en demostrarle a la otra persona que nuestra postura es la “correcta”. Nuestra misión es hacerle entender que tenemos razón y que nuestros argumentos no solo son suficientes sino que, además, son los únicos válidos.
Esta estrategia es ineficaz por varios motivos. Primero, porque alimenta una mirada sesgada de la situación que no deja que nos enriquezcamos de la diversidad de opiniones y formas de ver el mundo. Con las orejeras puestas en la afirmación “así son/ así deben ser las cosas” (es decir, “cómo las vemos” desde nuestro punto de vista), limitamos significativamente la posibilidad de aprender y encontrar soluciones más integradoras. Si consideramos nuestra manera de ver la situación como LA ÚNICA manera de ver la situación, corremos el riesgo de perder la perspectiva y la oportunidad de construir un espacio común de resolución.
En segundo lugar, la búsqueda de “alcanzar la victoria de la disputa” también contribuye con el aislamiento porque nos hace difícil salir de la conversación que tenemos dentro de nuestra cabeza para escuchar activamente lo que las demás personas tienen para decirnos. Desde esta postura, escuchar es un acto superficial; sin importar lo que se diga, nuestra respuesta ya está prediseñada para defendernos. No es difícil imaginar qué puede traer como resultado: una actitud defensiva también del otro lado, dejando poco lugar para el diálogo.
La herramienta: Promover un enfoque donde el desafío sea entendernos. Poder explicar nuestra opinión, con humildad y respeto, haciéndonos cargo de que nuestra manera de ver el mundo es una entre muchas posibles. Esta humildad nos ayuda, por un lado, a que la otra persona nos escuche sin levantar sus mecanismos de defensa. Por el otro, nos permite escuchar verdaderamente, porque nos permite salirnos del lugar de “tengo razón y no hay otra razón”. En definitiva, nos permite construir el verdadero camino hacia encontrar una solución que atienda las necesidad de todas las partes.
3. Exigirle a la otra persona que actúe como yo quiero
Y finalmente, la tercera estrategia inefectiva frente a los conflictos: la exigencia. En este caso, no sólo reconocemos nuestra visión de la situación como la única posible, sino que también imponemos nuestra idea de solución, diciéndole a la otra persona qué debería hacer para arreglar las cosa
En lugar de ir a la conversación para pensar en conjunto qué hacer, ya nos presentamos con un plan sobre lo que queremos que pase, y, por supuesto, exigimos que la otra parte se encargue de cumplirlo.
Esta estrategia implica -nuevamente- dejar afuera otras miradas, empobreciendo (o impidiendo) la posible resolución del conflicto. Además, da por sentado que nuestras necesidades son las únicas que merecen ser escuchadas, abordadas y satisfechas; una perspectiva que refuerza el individualismo y debilita los vínculos, la colaboración y los resultados compartidos.
La herramienta: Como vimos, para resolver un conflicto, es importante hacer lugar a la otra persona. Esto no solo implica dejar de considerar nuestra perspectiva y nuestro plan de acción como los únicos posibles; también significa reconocer que nuestras necesidades coexisten con lo que necesitan las otras personas. Con esta actitud, es más probable que encontremos soluciones efectivas y a largo plazo que atiendan las necesidades de todas las partes.
Una mirada colaborativa de la gestión de conflictos
Ahora que recorrimos algunas maneras ineficientes en las que solemos abordar los conflictos y reflexionamos sobre cómo éstas pueden estar empeorando la situación, se viene la pregunta clave: ¿es posible encontrar un camino para resolver los conflictos de forma efectiva y sostenible, fortaleciendo la confianza y la cercanía?
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